La noche del domingo 3 de septiembre de 1989, el Estadio Maracaná de Río de Janeiro fue escenario de un encuentro decisivo en las eliminatorias sudamericanas para el Mundial de Italia ’90. Ante 140.000 espectadores, Brasil, la selección local, necesitaba un empate para asegurar su clasificación, mientras que Chile se veía forzado a buscar la victoria. Entre la multitud, una joven de 24 años, Rosenery Mello do Nascimento Barcelos da Silva, se convertiría, sin saberlo, en una figura central de un incidente que trascendería lo deportivo.
El primer tiempo transcurrió con gran tensión y sin goles, en parte gracias a la destacada actuación del guardameta chileno Roberto Rojas, de 32 años, apodado el Cóndor. Sin embargo, el ambiente estalló en júbilo al minuto cuatro de la segunda mitad, cuando una brillante jugada de Bebeto culminó en una asistencia precisa a Careca, quien no perdonó y envió el balón al fondo de la red.
La alegría brasileña se vio interrumpida por un suceso inesperado apenas veinte minutos después. Desde una de las gradas, Rosenery encendió una bengala que le habían entregado sus amigos, con la intención de iluminar el cielo carioca. No obstante, el artefacto pirotécnico, conocido en portugués como foguete, se desvió de su trayectoria y cayó con un estruendo considerable y una densa nube de humo cerca de la portería defendida por Rojas, quien se desplomó de inmediato.
Las cámaras de televisión capturaron la dramática escena: el guardameta yacía en el césped, sangrando copiosamente de una herida en la cabeza, rodeado por sus compañeros visiblemente consternados y alarmados. Ante la aparente agresión, el capitán chileno, Fernando Astengo, ordenó la retirada del equipo al vestuario, argumentando la falta de garantías para la continuidad del partido. El árbitro, Juan Carlos Loustau, esperó durante veinte minutos mientras los organizadores intentaban persuadir a la delegación chilena para que regresara al campo.
En medio de un impresionante despliegue policial, la joven rubia de ojos verdes fue identificada y detenida. Rosenery, quien repetía con voz débil que su acción no había sido premeditada, permaneció bajo custodia durante veinticuatro horas. El goleador Careca, autor del tanto, expresó su perplejidad ante el incidente, señalando que al principio no comprendió lo sucedido y que le resultó increíble que una mujer estuviera implicada en el lanzamiento del artefacto.
La Federación Chilena de Fútbol (ANFP) reaccionó rápidamente, presentando un recurso ante la FIFA en el que solicitaba la anulación del partido y la descalificación de Brasil, alegando que sus jugadores habían sido víctimas de una agresión. Para respaldar su reclamo, adjuntaron un informe médico que corroboraba la herida de Rojas, sugiriendo que esta era producto del impacto de un objeto contundente. La FIFA inició una investigación exhaustiva que abarcó a todos los implicados, desde los jugadores y el cuerpo técnico hasta la terna arbitral argentina. La presión mediática fue enorme, con las imágenes de Rojas ensangrentado circulando por todo el mundo y un intenso debate sobre la seguridad en los estadios.
Sin embargo, la narrativa dio un giro inesperado días después. El fotógrafo Ricardo Alfieri, de una reconocida revista argentina, divulgó una serie de imágenes que mostraban la bengala aterrizando a varios metros de distancia de Roberto Rojas. Esta secuencia fotográfica fue crucial para demostrar que el objeto incandescente no había impactado directamente al portero. A pesar de la evidencia, la ANFP se negó a aceptar los hechos y mantuvo su versión. La FIFA solicitó entonces los exámenes médicos al equipo chileno, los cuales revelaron un corte limpio y preciso, sin quemaduras, una lesión muy diferente a la que habría provocado el impacto de un fuego artificial.
La verdad se desveló cuando un periodista brasileño, Ricardo Tadeo, obtuvo la confesión del portero suplente Mario Osbén. Este reveló que el engaño había sido orquestado, detallando cómo su compañero había ocultado una cuchilla de afeitar en uno de sus guantes para autoinfligirse la herida. La FIFA confirmó esta versión: no existía evidencia de que la bengala hubiera herido a Rojas, y la lesión era, de hecho, autoinducida.
Ante las abrumadoras pruebas, el Cóndor Rojas admitió su participación en la farsa y añadió que la idea había sido del entrenador Orlando Aravena, con el conocimiento de algunos jugadores. Rosenery fue exculpada de toda culpa. Su repentina notoriedad la llevó a posar para una conocida revista, y el país del fútbol la bautizó como la fogueteira do Maracaná.
En octubre de 1989, la FIFA emitió su veredicto: Chile perdió el partido por abandono, lo que significó un triunfo de 2-0 para Brasil y su clasificación al Mundial. Roberto Rojas fue suspendido de por vida de toda actividad relacionada con el fútbol, una pena que sería levantada en 2001. El seleccionador Orlando Aravena también fue inhabilitado, y el médico de la selección, Daniel Rodríguez, recibió un castigo de cinco años. Además, la selección chilena fue marginada de las eliminatorias para el Mundial de 1994.
Años después, Rojas reflexionaría sobre aquel episodio, atribuyendo su acción a la pasión y al deseo de darle una oportunidad a Chile, sintiendo que su equipo estaba siendo perjudicado. Expresó su arrepentimiento y el anhelo de haberse podido reivindicar. Tras su sanción, Rojas continuó su carrera en Brasil, desempeñándose como entrenador y preparador de arqueros. Ha compartido que, debido a su delicado estado de salud, no ha podido viajar a Chile ni reunirse con su familia. En 2015, se sometió a un trasplante de hígado y le fue extirpada una parte de un pulmón, lo que le exige extremar los cuidados. El pasado 8 de agosto cumplió 68 años.
Por su parte, Rosenery Mello, con el dinero y la fama obtenidos, estableció un bar en el municipio de Araruama. Lamentablemente, el 4 de junio de 2011, falleció a los 45 años de edad a consecuencia de un aneurisma cerebral en un hospital de Río de Janeiro, a escasos ocho kilómetros del Maracaná