La carga financiera que recae sobre cada ciudadano boliviano asciende a una cifra estimada de 3.000 dólares, resultado de la acumulación de deuda externa e interna del país. Este cálculo preliminar subraya el significativo nivel de endeudamiento público.
En detalle, la deuda externa del país se ha cuantificado en 13.770 millones de dólares, según un informe divulgado por la autoridad monetaria nacional. Esta cifra representa una obligación de aproximadamente 1.212 dólares por cada habitante. Aunque el monto exacto de la deuda interna aún no se ha precisado, las estimaciones sugieren que podría ser de una magnitud similar a la externa, lo que eleva considerablemente el pasivo total por persona.
Este elevado endeudamiento contrasta con un rendimiento económico modesto. A pesar de las políticas de emisión monetaria, la economía nacional experimentó un crecimiento de apenas 0.63% el año pasado, y las proyecciones para el próximo año no superan el 1.5%. Esta situación plantea interrogantes sobre la eficacia de las estrategias económicas implementadas.
Una preocupación adicional es el limitado conocimiento público sobre estos compromisos financieros. Se estima que menos del 1% de la población está al tanto de quiénes son los principales acreedores de la nación o cómo se han utilizado e invertido los fondos obtenidos a través de estos préstamos.
Los créditos adquiridos en los últimos dos años han estado mayormente orientados a cubrir el servicio de la propia deuda, una práctica que algunos analistas describen como un ciclo de refinanciamiento para subsanar déficits fiscales. Asimismo, una porción considerable de estos fondos se ha destinado a la importación de combustibles, una necesidad crítica que demanda aproximadamente 5 millones de dólares diarios para asegurar el suministro de diésel y gasolina. La liquidez se perfila como un factor determinante para la estabilidad económica futura.
Ante este panorama, cualquier administración gubernamental entrante se verá probablemente obligada a continuar recurriendo a nuevos empréstitos, lo que implicaría un incremento sostenido de la deuda per cápita. Sin embargo, esta dependencia de los créditos externos se percibe como una vía ineludible debido a la imperiosa necesidad de divisas. La falta de dólares comprometería seriamente la capacidad de importar carburantes, lo que a su vez generaría desabastecimiento y pondría en riesgo la producción nacional.
Analizando la trayectoria, el saldo de la deuda externa ha crecido un 13% entre 2020 y julio de este año, y un impresionante 197% desde 1996. La deuda externa per cápita se sitúa en 1.211 dólares. Además, se ha registrado una transferencia neta negativa de deuda externa de 158.4 millones de dólares hasta julio de este año. La capacidad de repago del país, medida por sus exportaciones, es superada en un 12% por el servicio de la deuda externa, lo que acentúa la profunda dependencia de la financiación internacional