Miles de bolivianos siguieron con nostalgia la final de la Copa Sudamericana que se disputó recientemente en Asunción, Paraguay, un evento que congregó la atención internacional y ofreció un espectáculo futbolístico de alto nivel. Sin embargo, la oportunidad de albergar esta gran cita deportiva estuvo al alcance de una ciudad boliviana, pero no se concretó debido a diversas dificultades administrativas y falta de coordinación.
Santa Cruz de la Sierra había sido elegida inicialmente como sede para la final de la Copa Sudamericana 2025, un anuncio que generó grandes expectativas y entusiasmo en el país. Este evento representaba mucho más que un simple encuentro deportivo: implicaba un impulso económico significativo, la promoción del turismo, la difusión cultural y la posibilidad de posicionar a Bolivia en el mapa mundial como anfitrión de un torneo de primer orden.
A pesar de la formación de un comité organizador y la presencia de autoridades locales y nacionales en actos protocolares, los avances en las obras de remodelación del estadio Tahuichi Aguilera no cumplieron con los plazos ni estándares exigidos. La inspección técnica realizada por la Conmebol evidenció que los trabajos no superaban el 50% de progreso, lo que comprometió la viabilidad de realizar la final en territorio boliviano.
Ante esta situación, la Conmebol tomó la decisión de trasladar el partido decisivo al estadio Defensores del Chaco en Asunción, donde finalmente se enfrentaron Lanús y Atlético Mineiro. Esta reubicación no solo significó la pérdida de un espectáculo deportivo para Bolivia, sino también el impacto negativo en la economía local. Se dejaron de percibir ingresos millonarios, se perdió la llegada de más de 20.000 turistas y se desaprovecharon miles de empleos directos e indirectos que el evento habría generado.
Este escenario se presenta en un contexto donde el fútbol nacional vive un momento de unión y esperanza, con la selección boliviana enfrentando importantes desafíos en el repechaje para clasificar a un Mundial después de más de tres décadas. La final de la Copa Sudamericana, que culminó con la victoria de Lanús en penales, simboliza para Bolivia una oportunidad perdida, una final que nunca llegó a disputarse en casa y que dejó una sensación de derrota más allá del resultado deportivo
