Bolivia atraviesa actualmente una coyuntura de crisis que combina aspectos económicos con desafíos energéticos. Esta situación se considera particular en la historia del país, a diferencia de episodios críticos anteriores, como el de mediados de los años 80, que se centraban primordialmente en lo económico. En el pasado, la disponibilidad de combustibles como la gasolina y el diésel no era un problema central; sin embargo, la dimensión energética se ha sumado ahora, complicando el panorama.

La complejidad radica en que aproximadamente el 80% del consumo energético nacional depende de los hidrocarburos, con el diésel como componente principal. El diésel encabeza la lista de carburantes más utilizados, seguido por el gas natural y, en tercer lugar, las gasolinas. Esta alta dependencia implica que la demanda interna que no puede ser cubierta por la producción local debe ser satisfecha mediante importaciones.

La producción de gas natural ha experimentado una caída significativa, estimada en un 55% en la última década. Esta disminución en la producción impacta directamente las exportaciones, reduciendo la generación de divisas. Dichas divisas son esenciales para financiar la importación de diésel y gasolina, cuya producción interna no alcanza a cubrir el consumo requerido.

Actualmente, se estima que nueve de cada diez litros de diésel consumidos en el país provienen del exterior. Similarmente, cerca de siete de cada diez litros de gasolina son importados. Estas importaciones se realizan a precios internacionales y requieren el uso de dólares.

Todo este escenario configura una situación de alta complejidad y criticidad para la nación. Superar este panorama demandará que la próxima administración gubernamental implemente reformas estructurales que permitan una salida, al menos en el corto plazo. No obstante, cualquier ajuste estructural conlleva un impacto social considerable. Por ello, junto con las medidas correctivas económicas, será indispensable plantear políticas de acompañamiento social.

A modo de referencia, el precio promedio de la gasolina en Latinoamérica ronda los 1.10 dólares por litro. Considerando un tipo de cambio cercano a los 18 bolivianos por dólar en el país, el costo real de la gasolina, sin subsidios, se aproximaría a los 20 bolivianos por litro.

Es fundamental comprender que la energía no producida localmente debe ser importada. Lo óptimo es la producción interna, ya que garantiza la seguridad energética y la autosuficiencia, metas clave de política pública a nivel global. Ningún país puede permitirse dejar a su población sin acceso a la energía. La energía es un pilar fundamental para la vida cotidiana y la actividad económica; su ausencia paralizaría desde la carga de dispositivos electrónicos hasta el transporte de personas para sus labores diarias. Por consiguiente, la producción de energía a nivel nacional se presenta como el camino más deseable

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