Los recientes resultados de las elecciones generales en los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí marcan un significativo realineamiento en el panorama político del occidente boliviano. Estas regiones, que durante más de una década constituyeron el epicentro del respaldo al Movimiento al Socialismo (MAS), exhiben ahora claras señales de una transformación electoral. Un análisis comparativo de los últimos tres procesos comiciales revela un patrón distintivo: mientras en 2014 el MAS consolidó mayorías abrumadoras y en 2020 mantuvo un caudal de votos considerable, la configuración de 2025 se alteró drásticamente, abriendo espacio a nuevas figuras de oposición.
En La Paz, el MAS obtuvo un contundente 68.92% en 2014 y conservó un porcentaje casi idéntico con 68.36% en 2020. Sin embargo, la contienda electoral de 2025 presenció un giro decisivo: Rodrigo Paz Pereira logró un respaldo del 46.8%, interrumpiendo así la hegemonía que el masismo había ejercido por más de una década. Este desenlace subraya la influencia del voto urbano, que manifestó su descontento ante la acumulación de crisis institucionales y se inclinó por un liderazgo opositor con trayectoria y capacidad de articulación. La capital política del país, de este modo, estableció un hito en la narrativa electoral.
Oruro, una plaza fuerte tradicional del oficialismo, también evidenció una erosión en su apoyo. En 2014, el MAS alcanzó el 66.42%, cifra que descendió al 62.94% en 2020. La sorpresa en 2025 fue la victoria de Rodrigo Paz, quien consiguió el 45.55% de los sufragios. Este cambio refleja la frustración de una región afectada por el desempleo y la ausencia de soluciones efectivas frente a la crisis minera. El electorado orureño, que durante años respaldó sin titubeos al partido gobernante, optó por una alternativa de liderazgo en busca de nuevas respuestas.
En Potosí, la tendencia fue comparable. El MAS obtuvo el 64.49% en 2014 y experimentó una disminución al 57.61% en 2020. En 2025, Rodrigo Paz se impuso con un 45.2%. El contexto subyacente en este departamento es de mayor complejidad: las disputas en torno al litio, que en 2019 desencadenaron un paro prolongado, nunca encontraron una resolución satisfactoria. Actualmente, con el gobierno impulsando una nueva legislación para autorizar explotaciones a pesar de la oposición, el electorado potosino expresó en las urnas su rechazo a una política percibida como vertical y centralista. El voto a favor de Paz se interpreta como una clara advertencia al sistema político: la estabilidad futura dependerá de la consecución de un pacto social amplio sobre el litio.
El examen de la evolución histórica en estos tres departamentos confirma que el MAS ha experimentado una erosión gradual de su predominio en el occidente. Desde los porcentajes dominantes de 2014 hasta la caída visible en 2020 y el quiebre concluyente en 2025, queda de manifiesto que el respaldo electoral dejó de ser patrimonio exclusivo de una sola fuerza política. El agotamiento de la retórica gubernamental, la persistencia de las tensiones comunitarias y el surgimiento de figuras políticas emergentes con propuestas de renovación han transformado fundamentalmente la configuración política regional.
La irrupción de Rodrigo Paz Pereira en La Paz y de Rodrigo Paz en Oruro y Potosí indica que el electorado busca liderazgos capaces de ofrecer certidumbre en medio de la crisis. A diferencia del pasado reciente, cuando el MAS detentaba el monopolio de la representación, la ciudadanía ha optado por alternativas variadas que encarnan estabilidad, trayectoria o renovación, según la sensibilidad de cada región.
El occidente, que en otro tiempo aseguró triunfos aplastantes al oficialismo, se presenta ahora como un escenario de contienda. Los conflictos relacionados con el litio, la fatiga ciudadana y la imperiosa necesidad de consensos más extensos convierten a La Paz, Oruro y Potosí en puntos neurálgicos para la comprensión del porvenir inmediato del país. Es en estas regiones donde se están definiendo los nuevos parámetros de la gobernabilidad boliviana